miércoles, 26 de noviembre de 2008

De vuelta a casa

Hoy tenía que encontrarte y no estuviste.
Suplí tu falta con la danza, el trabajo, una amiga y la suspicacia. En el trabajo, los ojos de un hombre no soltero soslayan mi perfil, pero le falta valor para mirar de frente; los ojos de otro soltero sí se enfrentan a los míos, pero le tiembla el color detrás de los párpados. Y lo noto. Lo noto tanto que lo desprecio con la mayor de las sonrisas y la educación.
De vuelta a casa, en el vagón del tren, un poeta canta por la burla de 20 peniques un poema que tarareo, porque me sé la letra. Nadie más le ofrece dinero y al acercarse para agradecerme el donativo (en el último metro de la noche donde todos duermen el sueño de llegar a casa lo más rápido posible) me lo explica: “Muy poca gente me entiende, la mayoría son extranjeros.” Y entona la última sílaba, del último arpegio, de la primera letra que recitará en el vagón siguiente. Sonreí, “ ya somos dos, y entre todos nos hemos reconocido”, pensé. Acabé, solitariamente, musitándo el final del poema mientras el resto de los pasajeros del metro me miraban absortos. Obvié su presencia como si se tratara de extranjeros.